jueves, 5 de abril de 2018

Sexualidad | El valor subjetivo de la virginidad II

En la entrada anterior hablamos acerca de qué es la virginidad y qué implica su pérdida o conservación. En esta entrada, seguimos analizando el valor subjetivo que le damos a este concepto y por qué el valor cultural de la virginidad de las mujeres y los hombres debería ser el mismo… pero no lo es...


El valor cultural de la virginidad femenina.

Dentro de muchas culturas, al primer acto de sexualidad de la mujer se le da mucha importancia, al punto que pareciera que el mantener o perder la virginidad deja de ser derecho pleno y exclusivo de la mujer y se convierte en un deber u obligación de esta hacia los demás (entiéndase su pareja, la familia de ésta, su propia familia y la sociedad). Yo creo que nadie querría que algo tan íntimo, privado y personal se vuelva tema, asunto y albedrío de tanta gente, ¿no?

La ocasión de la pérdida de la virginidad femenina se ve como un fin de la inocencia, integridad y pureza, la sexualización del individuo (como si hubiera algo malo en ser un ser sexual). Esto me pone a pensar si este duelo por la pérdida de la inocencia, integridad, pureza, etcétera, etcétera, es duelo propio de la mujer que ha perdido su virginidad o un temita que le hace ruido solamente a todos los demás en su entorno a los que les cuesta aceptar el tema…

Tradicionalmente, había una expectativa cultural de que una mujer no tendría sexo premarital y llegaría al altar siendo virgen (¿les viene a la mente imágenes de novias vestidas de blanco?) y que le “entregaría” su virginidad a su nuevo esposo (interesante como las expectativas y “actos de entrega” pesan solamente sobre los hombros del sexo femenino, ¿no?) durante el acto de consumación del matrimonio (por ejemplo, las famosas sabanas blancas manchadas con la sangre de la nueva esposa, prueba de su virginidad, de lo que hablaremos más adelante).

En algunas culturas, es tan importante que la mujer se mantenga virgen (hasta el matrimonio) que debe evitar la inserción de cualquier objeto en su vagina. Aquí entran objetos para la higiene femenina (tampones), para su salud física y sexual (exámenes médicos o ginecológicos) e incluso aquellos destinados a su sano disfrute y exploración sexual (dildos, vibradores, etc.).

En otras, una mujer que no está casado y ya no es virgen, sea por decisión propia o producto de una violación, será objeto de vergüenza, ostracismo e incluso un crimen de honor (terrible ser mujer y tener que pertenecer a estas “culturas”). En éstas, la virginidad femenina está entretejida con el honor personal y familiar, y la pérdida de la virginidad antes del matrimonio es un asunto de profunda vergüenza (en otras culturas, nos daría profunda vergüenza tener la mente tan cerrada).

El valor cultural de la virginidad masculina.

Como veremos, el valor cultural de la virginidad masculina es muy diferente al de la femenina, es lo que nos gusta llamar un doble estándar (lo que aplica para las mujeres, no aplica para los hombres; en este caso, en detrimento de las mujeres, al menos en términos generales).

Sencillamente, a la virginidad femenina se le asigna mayor “valor” que a la masculina (esto es un hecho histórico que aún aplica en estos tiempos modernos). Mientras que se espera que la mujer sea pura, virgen y casta (y no sexual) hasta llegar al altar y esto es lo socialmente “bien visto”; del hombre se espera proeza sexual, que sea sexual (y no puro, virgen y casto) hasta llegar al altar y esto es lo socialmente “bien visto”.

Mientras que la mujer afronta vergüenza, humillación y aislamiento (y hasta la muerte) por perder su virginidad antes del matrimonio, al hombre se le da un palmadita en la espalda y un felicitación por ser “todo un macho, macho man”.

A la mujer se le presiona para “mantener su virginidad”, al hombre no. Al contrario, se le presiona a querer tener actividad sexual y ser más experimentado sexualmente (es lo que “se espera” de él).

Irónicamente, mientras que la mujer afronta burlas y ridículo por perder su virginidad antes del matrimonio, el hombre recibe la misma reacción de sus “iguales” al no perder la suya (bueno, en la sociedad moderna, es más común que exista presión de grupo instando a “perder la virginidad” hacia ambos géneros, o sea que estamos avanzando hacia la igualdad, pero bajo el concepto equivocado, lamentablemente).

Ahora, seamos francos, la virginidad masculina no es mal vista solamente por los demás hombres. Si bien las mujeres son más tolerantes al respecto, todavía hay muchas que albergan sentimientos, pensamientos y creencias negativas en torno al hombre virgen (que parecen aumentar en proporción directa a su edad).

¿Entonces, quién llega a la cama sabiendo más?

¿Realmente importa? Probablemente no debería, pero si nos basamos en todo lo que hemos visto sobre el tema hasta ahora, definitivamente hay un “supuesto”, según el cual la mujer “debería” de llegar al matrimonio virgen, lo que implica un himen intacto, lo que implica prácticamente cero conocimiento acerca del sexo y de su propio cuerpo y su propia sexualidad, toda una tabla en blanco o tabula rasa, mientras que el hombre “debería” haber tenido actividad sexual y por ende, experiencia, conocimiento acerca del sexo, su propio cuerpo, su propia sexualidad e incluso más conocimiento sobre el cuerpo y sexualidad femenina que la mujer que pronto será su esposa.

De ahí debe provenir esa frasecita que pone roja de la furia a Maritere Lee y a muchas mujeres y hombres también: “Te voy a hacer mujer.” Definitivamente, concepto totalmente retrogrado, pasado y obsoleto (pero lamentablemente, todavía se escucha por ahí, sobre todo en las novelas y se sorprenderían cuantos hombre, ¡y mujeres!, se lo creen).

No voy a negarlo, tener más compañeros sexuales amplía nuestra experiencia, pero es tan subjetivo como el concepto mismo de la virginidad. Tendrás más experiencia, si, pero eso no necesariamente te hará “mejor” en la cama, y es que eso de ser “mejor” o “peor” o “bueno” o “malo” en la cama también es muy subjetivo.

Si has tenido un compañero sexual (o más de uno) previo al actual y te ha ampliado la experiencia (de una manera positiva y saludable), que bien por ti, pero eso no es necesariamente más importante que el conocerse uno mismo (para saber qué nos gusta y qué no) y el aprender en pareja, el uno del otro, que al final eso es lo que hace que la relación sea especial y única a las demás en el plano sexual e íntimo (¡junto con esa conexión emocional que comparten, claro está!). - Izzy

Fecha de publicación original: sábado, 4 de mayo de 2013

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