Tanto cuando tengo el
privilegio, como terapeuta, de que mis consultantes compartan su historia, su
“película”, conmigo; como cuando me encuentro del otro lado de la mesa, como
narrador de mi propia historia, mi “película”, en mi proceso personal; me
fascina le noción del parecido de un terapeuta con un editor.
Y es que, después de
todo, el terapeuta es la persona que se sienta contigo a ver todo el “pietaje”
de tu película, no para censurarte ni editar lo feo para que solo se vea lo
bonito, sino para ayudarte a poner las cosas en perspectiva, decirte “Esto
déjalo…”, “Esto no…”, “Esto está de más…”, “¿Esto es tan importante como para
darle tanto espacio…?” y cosas así, con la esperanza de que en algún momento de
tu vida ya no necesites de esa edición auxiliar, porque habrás aprendió lo
suficiente sobre el mundo, las personas y ti mismo como para sentarte solito en
la mesa de edición y lograr la versión más hermosa y satisfactoria de tu propia
vida, con lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo alegre y lo triste, lo
positivo y lo negativo, con sus luces y con sus sombras.
Nuestro
terapeuta/editor nos ayuda a aclarar el significado de ciertas escenas de
nuestra vida, la motivación de los personajes, las razones detrás de sus
conductas, la simbología de ciertas imágenes, muchas veces hasta nos hace de “subtítulos”,
ayudándonos a comprender lo que de cualquier otra forma, nos parecería un
lenguaje totalmente desconocido. También nos ayuda a aprender de (y hacer las
paces con) todos esos “bloopers” que quisiéramos poder dejar fuera de la película,
pero que siempre quedan tan bien al final, mientras ruedan los créditos…
Disfruten su película,
¡y que estén bien! - Izzy
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