jueves, 2 de enero de 2014

La parábola del anaquel de supermercado.

Yo jamás conocí a alguien en el supermercado, aunque creo que todos hemos visto una de esas escenas de película en la que una conversación casual entre dos extraños en el pasillo del súper acerca de qué jabón lava mejor las medias sucias o que vino le va mejor a un plato de pollo es el inicio de un romance, de esos de película que pocas veces se reflejan en la realidad, o al menos no como lo esperamos, ya que vivimos anhelando ese amor idealizado en un mundo de amores reales.

De todas formas, el supermercado siempre me pareció un buen sitio para conocer a alguien. Después de todo, aquí es fácil encontrarnos con la guardia y las defensas bajas, la máscara en la silla para niños del carrito del súper, ya que nos hace incomodo el ver entre los anaqueles y leer las etiquetas de los productos si la tenemos puesta.

Y de repente así nos agarran, mal vestidos porque cruzamos la calle sin ganas a buscar algo que nos faltaba en la casa, o sudados porque recién venimos de trotar por el Parque Omar, despeinados porque no teníamos planeado bajar del carro en primer lugar, en chancletas, malhumorados, tratando de entender la letra (propia o ajena) de la lista de mandados, tratando de recordar qué diablos vinimos a buscar en primer lugar, etcétera, etcétera, etcetera…

Quizás por eso vamos tanto al súper, o mejor dicho, el súper es ese lugar en el que casi todos coincidimos (¿quién no va al súper?), tal vez guiados por un impulso inconsciente que se plantó en nuestro cerebro desde la primera infancia que nos indica que será más fácil hallar a la persona indicada mientras estamos buscando otra cosa, un buen jabón para lavar las medias o el vino adecuado para acompañar ese plato de pollo. 




Encontrar pareja, hallar a esa persona indicada o descubrir a esa ave rara… dar con esa gema preciosa a la que llaman “alma gemela” se parece mucho a recorrer el súper en busca de algo… de eso… ya saben… “eso”… y es que, puta madre, es tan difícil definirlo, que creemos que no tiene definición hasta el momento en que lo encontramos… si es que tenemos la suerte, la fortuna y el privilegio y no llegó alguien antes y nos arrebato ese “algo” del anaquel, dejándonos ahí, quizás por horas, observando ese espacio vacío en el anaquel, preguntándonos qué paso…

Es más complicado aún, este tema del amor parabolizado en un anaquel de supermercado, porque lo que buscamos no es solo un producto, no viene en una lata, ni en una botella, ni en un frasco, mucho menos en un tetra pack. Ni siquiera es un producto, es una hermosa, endiablada y loca combinación de cosas en un envase único e irrepetible… más que un producto en nuestra lista del súper, es la lista completa, menos aquellas cosas que no encontramos que ni importan al compararlas con todas esas cosas que ni sabíamos que existían ni estaban en nuestra lista y acabamos de descubrir…

Pero es más complicado aún, este tema del amor parabolizado en un anaquel de supermercado, ahora convertido en una lista del súper, porque lo que estamos buscando tampoco es una lista de cosas, sino más bien otra persona, que también está en el súper, con su carrito y su propia lista, buscando igual que nosotros, y nuestro anhelo de ser vistos y reconocidos por esa otra persona dependerá, precisamente, de esa otra persona. He aquí que lo simple se vuelve complicado. 

Bueno, no complicado, sigue siendo simple, tan simple. Es un simple “click”. Pero saben qué, yo creo que si todos en el supermercado nos detenemos un segundo y dejamos de hacer ruido, será posible que nos quedemos en silencio por horas y no oigamos un solo “click”. Y es que los “clicks” son aves raras, gemas preciosas como lo son las almas gemelas.

Somos personas. Hermosas personas empujando carritos en el supermercado y tachando ítems de una lista que parece cambiar a cada instante. Aterrados de no encontrar lo que buscamos, de perder lo que tuvimos, de no reencontrar lo que desubicamos, de tener que devolver lo que tanto quisimos… a veces, igual que los chicos en el súper, quisiéramos tirarnos en el piso y simplemente gritar, llorar y patalear… hasta que se nos pase.

Somos espejos. Hermosos espejos armados de una lista y empujando carritos en el supermercado, y nos vemos reflejados en cada espejo que nos pasa por al lado. De vez en cuando, nuestros carritos chocan de frente y ¡ZAS! “Nos” vemos. “Nos” reconocemos. Accidentes. Hermosos accidentes. Porque en esta parábola del anaquel del supermercado, somos todos esto y mucho, mucho más.

Les dejo, esperando que encuentren su “click” en este supermercado que llamamos vida. - Izzy.

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