miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿Cómo se expresa el apego desorganizado en los niños?


Una infancia con déficits o conflictos con nuestros cuidadores primarios es un predictor importante de dónde nos va a encontrar parados el presente en el continuo de la salud y la disfunción. Por eso me parece tan importante conocer y entender nuestra historia de vida, particularmente nuestro patrón de apego, aprendido de nuestros cuidadores primarios y repetido a lo largo de nuestra vida en cada una de nuestras interacciones con los demás.

Lo veo en cada paciente que me comparte frases como: “Me estoy convirtiendo en mi padre…” o “No quiero hacerle a mis hijos lo mismo que hizo mi mamá conmigo…” Si no conocemos bien nuestra historia, estamos destinados a repetirla.

Según la Dra. Lisa Firestone, todos nacimos con el instinto innato de buscar el cuidado, la protección y seguridad de parte de nuestros padres o cuidadores primarios. Necesitamos de ellos, y tristemente, esto es válido tanto si nos tocaron padres buenos (o suficientemente buenos) o padres malos (o no tan buenos), negligentes, abusivos, ausentes, disfuncionales o simplemente unos con tantos traumas propios sin resolver que carecían de los recursos emocionales necesarios para cumplir con su tarea.

Cuando el comportamiento de nuestros cuidadores primarios es impredecible, atemorizante, negligente, peligroso, caótico, etc., se conjugan los elementos necesarios para que resulte un patrón de apego desorganizado. Es simple, tan solo traten de imaginar a un niño indefenso tratando de obtener seguridad, protección y cuidado de parte de cuidadores que no son aptos para ello.


¿Cómo expresan el apego desorganizado los niños?


Imaginemos una habitación con dos niños y sus cuidadores primarios. Uno de los niños, llamémosle Fabián, tiene una relación de apego seguro con sus padres. El otro, una niña de nombre Fabiola, ha desarrollado un patrón de apego desorganizado con sus cuidadores.

Ambos cuidadores abandonan la habitación y dejan solos a los niños. Ambos se muestran terriblemente molestos por la ausencia de sus cuidadores. Lloran, patalean, se revuelcan por el piso, patean los juguetes que hay a su alrededor, están inconsolables. 

Al rato, ambos cuidadores regresan. Fabián, aun molesto, corre a los brazos de su madre, en busca de confort y apapachos. Tras recibirlos, se calma y minutos más tarde, está jugando tranquilamente, como si nada hubiese pasado.

La reacción de Fabiola es diferente. Ella tiene sentimientos encontrados acerca de la reunión. Corre a los brazos de su padre, pero en cuestión de segundos forcejea brevemente con este y se aleja corriendo hasta llegar al rincón de la habitación, donde se hace una bolita.

Si, su primer impulso fue el de correr hacia su cuidador primario en busca de confort, pero no tardo mucho en recordar el temor que provoca estar cerca de él. ¡Qué sentimientos tan contradictorios! ¿Cómo lidia con ellos una peque indefensa como Fabiola? Como cualquier otro niño en su situación, formando un patrón de apego desorganizado con sus cuidadores primarios.

Lo que Fabiola ignora es que este primer patrón de relación con sus cuidadores primarios será la base para todas sus relaciones futuras, desde sus amiguitos y maestros en el colegio, hasta sus superiores en el trabajo, su pareja y, no sorprendentemente, sus propios hijos. 

Las perdidas, ausencias y traumas de la infancia, así como los patrones de apego aprendidos y adquiridos, se perpetuán a lo largo de nuestra vida como un ciclo vicioso hasta que decidimos hacer algo para cambiar la historia o guion de nuestra propia existencia. 

Si se sintieron identificados con Fabiola, y les gustaría aprender patrones más sanos para relacionarse con ustedes mismos y con los demás (porque el amor empieza por casa), los invito a hacer el ejercicio de iniciar un proceso de desarrollo individual y crecimiento personal, ¡de seguro aprenden mucho sobre sus fortalezas y recursos ocultos que les serán de mucha ayuda en su presente y en su futuro, y les ayudará a entender mejor (y a hacer las paces con) su pasado. ¡Estén bien! – Izzy


Fragmentos extraídos del artículo “Disorganized Attachment” por la Dra. Lisa Firestone.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

¿Una crisis de la edad media para cada década de tu vida?


Yo no sé si a ustedes les pasa, pero pareciera que la famosa “crisis de la edad media” se ha convertido en una serie de crisis que nos dan por décadas, y cada vez que cambiamos (o nos acercamos a cambiar) de digito decimal en nuestra edad, nos entra la crisis, en parte por las demandas y expectativas que nos hemos impuesto, en parte por las que nos impone la sociedad y el entorno. 

El cuento ahora es que los 30 son los nuevos 20, los 40 los nuevos 30 y los 50 los nuevos 40, como si vivir una década desfasada fuera la solución para sentirnos a gusto con nuestra edad y nuestro momento en la etapa particular de nuestra vida en la que nos encontremos cuando la dichosa crisis nos sale al paso.

Se supone que tienes que lograr no sé cuantos hitos, metas y objetivos antes de llegar a los treinta, ni les cuento si están llegando a los cuarenta y todavía tienen asignaturas pendientes en su lista de “cosas que debí lograr antes de los 30… ¡y de los 20!”. Con tanta presión impuesta y autoimpuesta, ¿¡quien no se deprime!?

A la consulta llegan muchas personas atravesando estas crisis, con sus sumas y sus restas, y por supuesto que puedo empatizar, me ha tocado estar ahí, me toca estar ahí y me tocará estar ahí en la medida que el reloj sigue avanzando y las décadas se acumulan y uno escucha esa canción que tanto le gusta en la radio y se percata de que ya pasaron veintitantos años desde que la escucharon por primera vez siendo adolescentes.

Leyendo un artículo de Garrett Johnson al respecto, me tope con una infografía muy interesante, de la que extraje algunos puntos que me llamaron la atención, para compartir con ustedes:

- Quienes hacen lo que aman y realizan sus sueños son menos propensos a sufrir una crisis de edad media.

- Quienes ponen la mayor parte de sus esfuerzos en cuidar a los demás y muy poco en sus propios intereses son más propensos a sufrir una crisis de edad media.

- En los hombres, la edad promedio para la crisis de la edad media es a los 43, con una duración promedio de 3 a 10 años. Las razones más comunes son el temor a envejecer, a no realizar los sueños, a perder el atractivo, a la enfermedad y a la muerte. 

- En las mujeres, la edad promedio para la crisis de la edad media es a los 44, con una duración promedio de 2 a 5 años. Las razones más comunes son la ausencia repentina de los hijos, cambios en el estilo de vida que permiten más oportunidades, la menopausia, cambios biológicos y psicológicos y el cuestionamiento de haber o no vivido a la altura de su potencial. 

- Eres susceptible de experimentar una crisis de la edad media si estas inusualmente preocupado por tu salud, repentinamente quieres cambiar tu físico (particularmente por medio de la cirugía estética), quieres hacer cosas para sentirte joven, repentinamente sientes que tienes que vivir cada momento al 100%, te encuentras preguntándote “¿esto es lo mejor/más interesante que se va a poner mi vida?”

Sea como sea, podemos ver estas crisis como algo negativo o como algo positivo, y es que en verdad son un poco de ambos. En la medida que subimos la colina de la vida, ganamos y perdemos, sumamos y restamos, y tenemos la increíble oportunidad de hacer balance a nuestra existencia, corregir el rumbo, aprender de lo bueno y lo malo, y apreciar en su justa medida lo que fue y ya no será y lo que está por venir aun. Alguien dijo por ahí que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y nadie sabe lo que de lo que se estaba perdiendo hasta que llega lo nuevo. Bueno, las crisis de la edad media para cada década de nuestra vida sirven para recordárnoslo. - Izzy 

Fragmentos extraídos del artículo “How 30 Year Olds Should Handle A Mid-Life Crisis”, por Garrett Johnson.