Rompieron. Fueron algo y ya no lo son. Es decir, cada uno sigue siendo, pero ya no son lo que eran en común. Se despidieron. Torpemente. Porque cuando dos personas se aman pero toca romper, las despedidas son torpes a la fuerza. Si no lo fueran, se sentiría más raro aun.
Ella lo eliminó de su Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, etcétera. No lo hizo como un gesto vindicativo, mucho menor por rencor ni amargura. Lo hizo simplemente porque era necesario, porque es lo que se debe hacer para iniciar el proceso.
El se colgó de la pantalla de su laptop y de su smartphone, pendiente a cada cambio de estado, cada tweet, cada post, cada foto nueva, cada comentario. Como ya no eran, persiguió su rastro digital, quizás soñando que si lo seguía bien, si no perdía la débil estela de su rastro, este lo llevaría de regreso a ella.
Ella dejó de frecuentar los lugares comunes. Se despidió con gracia de las personas comunes. Evitó las cosas comunes. No se trataba de negar, reprimir o eliminar todo rastro de su presencia. Era tan solo la comprensión de que los constantes recordatorios no eran necesarios, mucho menos útiles al proceso.
El se pasó horas, días, semanas y meses recorriendo sus pasos en retroceso. Quizás pensó que se toparía con ella, en vez de con recuerdos y fantasmas de lo que fue, pudo haber sido y ya no sería. No se despidió de nadie, pero en esos breves instantes de lucidez, quizás notó la extraña ausencia de las personas comunes. “Se fueron igual que ella” habrá pensado. Las cosas communes las dejó en su lugar. Intocables, inamovibles reliquias. Su depa se volvió una especie de santuario, lleno de momentos congelados en el tiempo. La fosilizó en su memoria.
Ella cambió sus rutas. Si, ahora llegar a su destino le tomaría varios minutos más, pero le ahorraría el tener que preguntarse por qué seguía pasando por la misma calle una y otra vez.
El pasaba sus horas manejando “casualmente” frente a su nuevo lugar de residencia. No sabía que le provocaba más ansiedad, la posibilidad de que no la vería, o la posibilidad de que si. No se le ocurrió que la serendipia, mucho más sabia que él, no permitiría el accidente.
Ella se rodeó de sus amigos y de sus personas cercanas. No para que le recuerden constantemente que estaba en proceso de su duelo, sino para cambiar de tema, desconectar sanamente, disfrutar, reír, porque definitivamente había roto pero definitivamente no estaba rota.
El mandó a todo el mundo al diablo. No contestaba las llamadas, los textos, los mails. Evitaba a todo el mundo. No quería saber de nada ni de nadie. Mientras ella salía del caparazón, el encontró un recoveco aún más recóndito dentro del suyo donde ocultarse, lamerse las heridas, escarbar las costras y reabrirlas para que sangren y supuren un poco más.
Ella empezó a escuchar a Mozart y se metió a tae-bo, igual que la chica en la canción de Train.
El se encerró en su depa, escuchando “Drops of Jupiter” una y otra vez en un loop infinito e interminable.
Ella recordó que hay espacio para crecer.
El se aisló tanto, que se quedó sin espacio para hacerlo.
Ella rompió sin romperse.
El no pudo romper, así que se rompió.
Una de las peores cosas que se pueden hacer durante el proceso de ruptura y/o duelo es aislarse. Una cosa es buscar espacios para la soledad, otra cosa muy distinta hacer de la soledad la única compañía. Pasar tiempo con otras personas importantes en nuestras vidas después de una ruptura realmente puede ayudar a aliviar el dolor y hacer la transición más suave.
Salir con los amigos, llamar a los miembros de la familia, empezar una actividad o proyecto nuevo, dedicar tiempo a uno mismo. Cuanto más apoyo tengamos, menos solos nos sentiremos y será más fácil seguir adelante. Porque no se puede seguir en retroceso toda la vida, entre personas, lugares y cosas fosilizadas. - Izzy
Ella cambió sus rutas. Si, ahora llegar a su destino le tomaría varios minutos más, pero le ahorraría el tener que preguntarse por qué seguía pasando por la misma calle una y otra vez.
El pasaba sus horas manejando “casualmente” frente a su nuevo lugar de residencia. No sabía que le provocaba más ansiedad, la posibilidad de que no la vería, o la posibilidad de que si. No se le ocurrió que la serendipia, mucho más sabia que él, no permitiría el accidente.
Ella se rodeó de sus amigos y de sus personas cercanas. No para que le recuerden constantemente que estaba en proceso de su duelo, sino para cambiar de tema, desconectar sanamente, disfrutar, reír, porque definitivamente había roto pero definitivamente no estaba rota.
El mandó a todo el mundo al diablo. No contestaba las llamadas, los textos, los mails. Evitaba a todo el mundo. No quería saber de nada ni de nadie. Mientras ella salía del caparazón, el encontró un recoveco aún más recóndito dentro del suyo donde ocultarse, lamerse las heridas, escarbar las costras y reabrirlas para que sangren y supuren un poco más.
Ella empezó a escuchar a Mozart y se metió a tae-bo, igual que la chica en la canción de Train.
El se encerró en su depa, escuchando “Drops of Jupiter” una y otra vez en un loop infinito e interminable.
Ella recordó que hay espacio para crecer.
El se aisló tanto, que se quedó sin espacio para hacerlo.
Ella rompió sin romperse.
El no pudo romper, así que se rompió.
Una de las peores cosas que se pueden hacer durante el proceso de ruptura y/o duelo es aislarse. Una cosa es buscar espacios para la soledad, otra cosa muy distinta hacer de la soledad la única compañía. Pasar tiempo con otras personas importantes en nuestras vidas después de una ruptura realmente puede ayudar a aliviar el dolor y hacer la transición más suave.
Salir con los amigos, llamar a los miembros de la familia, empezar una actividad o proyecto nuevo, dedicar tiempo a uno mismo. Cuanto más apoyo tengamos, menos solos nos sentiremos y será más fácil seguir adelante. Porque no se puede seguir en retroceso toda la vida, entre personas, lugares y cosas fosilizadas. - Izzy