La premisa es sencilla: a veces las cosas
simplemente no funcionan y hay que saber cuándo es hora de irse a casa, ya sea
con la frente en alto, ya sea con el rabo entre las piernas. Créanme, ambas
opciones son mejores a quedarse y seguir tratando de que funcione lo que no
funciona (si, la trillada y desgastada definición de la locura).
El tema es que somos humanos, y nos cuesta
desapegarnos y despegarnos, y decir adiós y cerrar capítulo, y seguir sin mirar
atrás, sin la tentación de preguntarnos qué pudo haber sido, o si todavía
podría ser. De esto están hechos nuestros fantasmas de lo que fue y pudo haber
sido.
Todo esto nos recuerda lo importante de
definir la autorrealización en nuestros propios términos, es decir, olvidarnos
de todo aquello que se espera de nosotros (pareja incluida, que es la parte más
difícil) y enfocarnos en lo que esperamos de nosotros mismos (¡siiii, ser
egoístas! ¡No es mala palabra y lo seguiremos repitiendo hasta que lo
asimilemos!). Si no funciona, tenemos el permiso y el derecho a decir “hasta
aquí”, aunque cueste un mundo asimilar el concepto (si, se que cuesta un mundo
hacerlo; también se que se puede hacer, aunque cueste un mundo).
Como quien se quita una curita: más rápido,
mejor.
Somos una sociedad de curitas, las
necesitamos para tapar la herida y creo que nos da mucho miedo quitárnosla y
descubrir que nuestra herida es más o menos como el famoso gato de Schrödinger,
es decir, no podemos saber si la herida sigue abierta o ya cicatrizó hasta
remover la curita, y siento que nos aterra por igual cualquiera de las dos
opciones, ¿ustedes que piensan?
A veces preferimos dejar la curita ahí,
pensando (y vaya pensamiento mágico que es este) que si la dejamos ahí
suficiente tiempo, es decir, aguantamos un poco más, y un poco más después de
eso, vamos a remover la curita y no habrá ni herida ni cicatriz, ausencia total
de algo que nos indique que algo pasó (si, hacer inconsciente lo consciente,
bien reprimido o negado, así como nos gusta tanto a los seres humanos).
Somos inteligentes si logramos ver que algo
simplemente no trabaja, no funciona, o como a mí me gusta decir: no fluye.
Somos brillantes si renunciamos y seguimos adelante. ¿Difícil arte ser
brillante, no? No se preocupen, la iluminación es más viaje que destino, más
aprendizaje en proceso que lección aprendida. Ah, y lo que no brilla hoy,
quizás brillará mañana, vale la pena esperar, ¿no creen?
Ya saben, ¡que estén bien! - Izzy :)
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